martes, 9 de mayo de 2017

UNA MIRADA A LOS FEMICIDIOS

EL VALLE DEL CAUCA: DESDE EL 2014 CON EL MAYOR NUMERO DE FEMINICIDIOS EN EL PAIS

Norma Lucía Bermudez
Soy una activista con alcances académicos o una académica con pasiones de activista. Tengo formación profesional en Comunicación social, trabajo social y Magister en educación popular. Pertenezco al Centro de Estudios de Género de la Universidad del Valle, a la Fundación Mavi, a diversos colectivos y redes que defienden la vida y los derechos en la región y el país. 
Soy conferencista, tallerista y tengo publicaciones en distintos medios hablados y audiovisuales. 

Primera escena: en el patio de recreo de cualquier escuela pública o privada dos o más niñas aprovechan el patio de recreo para practicar un viejo juego de manos:

En los países de habla hispana, desde hace por lo menos cuatro décadas, se viene cantando esta y muchas más canciones,  que acostumbran a las niñas a ver la violencia de pareja como algo natural, inevitable y hasta jocoso.

Segunda escena:
En un barrio popular de Buenaventura, un grupo de niños y niñas están jugando en una calle. Surge un desacuerdo Y las niñas ya se quieren retirar del juego. Ellos, de 8 o 9 años las amenazan: “Y si mejor las llevamos pa´ las casas de pique?”

Tercera escena:
En el año 2010 fue capturado en Yotoco un agricultor a quien la prensa de manera sensacionalista apodó “el monstruo de Buga”. Cumplidos los 13 años de edad de su hija mayor, este hombre comenzó a violarla, la raptó hacia la zona rural y de sus violaciones incestuosas que duraron 13 años nacieron 6 hijos.  Fue condenado a la mínima pena: 84 meses. Ya cesó su condena, pero no la de la víctima, que continúa sometida a la miseria y al miedo en el mismo ambiente hostil que nunca la supo proteger y por el contrario, la acosa y la arrincona cada vez más.

Cuarta escena:
Después de haber recibido capacitaciones sobre la Ruta de Atención en Violencia sexual, una contratista del municipio es agredida sexualmente por su casero. Acude al Centro de Salud, donde después de dos horas de espera le dicen que siga esperando, pues hay heridos y gente grave y su caso no es de gravedad. Se dirige a la Fiscalía, donde le dicen que es fin de semana largo y hay mucho trabajo. Sin familia en Cali, decide llamar a su jefe quien le ofrece su apartamento, le permite bañarse, le presta ropa y la acompaña a sacar  algunos objetos personales de la casa del violador.  Después del puente festivo vuelve a hacer la ruta. En todas partes la regañan por haberse bañado, pues así ha contaminado las pruebas.

Quinta escena:
A tan sólo un mes de casada, una mujer cae desde el balcón de su apartamento, en un 8° piso de una unidad residencial en Cali. La familia tiene fuertes sospechas sobre el esposo, pues tiene antecedentes de violencias y en otra ocasión intentó arrojar a la novia por el piso 10° de un hotel. Este se defiende alegando que fue un suicidio. Después se sabe que la primera esposa también murió en circunstancias misteriosas, también en un aparente suicidio. La policía y la fiscalía dejan manipular la escena de la muerte, no actúan. La familia empieza a recolectar pruebas, obtienen el video de vigilancia, contratan peritos expertos en caídas, la madre de la víctima llega con su dolor y su esperanza de que se haga justicia y dice que teme que la impunidad permita a este hombre cobrar más víctimas. La respuesta del fiscal es “esto no es una telenovela, señora. Debería darle pesar de ese señor que ya ha perdido dos esposas”

Sexta escena:
Enciendo la radio o abro un periódico y casi a diario, leo o escucho de otro “crimen pasional”. Me entristezco. Hemos hecho tantas sensibilizaciones, conversaciones y capacitaciones con periodistas, que no se justifica. Llamarlos así es atribuir las muertes de mujeres a manos de sus parejas o exparejas al amor o a la pasión. Nada más lejano del amor o la pasión que el sentimiento de propiedad con el que nos han enseñado a relacionarnos. Hay manuales, decálogos, instructivos sobre cómo nombrar las violencias de género, sobre cómo desde los medios de comunicación  hacer pedagogía social y deslegitimar las violencias machistas.

Y así, en miles de escenas más, en cada momento de la vida, en cada esquina y en cada contacto de las mujeres con el Estado, con los medios o con la sociedad, una nueva fuente de violencias parece cernirse sobre nosotras.

Las violencias son un continuo. No vienen solas. Las sostiene una cultura que lleva siglos incubando creencias de inferioridad de las mujeres, de ser propiedad de los hombres, de tener cierta esencia mala que hay que corregir. Una cultura que enseña a los hombres a agredir y a las mujeres a ser agredidas como parte de la “normalidad”.

Según cifras del Instituto Nacional de Medicina Legal, el Valle del Cauca lleva tres años (2014, 2015 y 2016) ocupando el deshonroso primer lugar en feminicidios en el país[1]. Y sin embargo, desde que fue promulgada la ley Rosa Elvira Cely (1760 de 2015) sólo hay una condena por feminicidio y una por intento de feminicidio en todo el departamento. La impunidad es casi total. No es de extrañar, con las enormes barreras culturales que tenemos, sembradas desde la primera infancia.

Con este panorama, queda claro que urgen cambios culturales y la buena noticia es que todas y todos, desde donde estemos, podemos y debemos contribuir a ellos. Es posible y urgente desaprender el machismo. Es posible y urgente inventarnos nuevas maneras de relacionarnos que no pasen por la posesión, el control y las violencias. Hay que empezar ya desde todos los lugares, estratos y sectores. Sólo así podemos soñarnos una nueva generación de hombres no agresores y mujeres no agredibles.
Sólo así podemos soñar con una sociedad que construye nuevos pactos de convivencia, equidad y felicidad. Una sociedad que merece y disfruta de la anhelada paz sostenible.





[1] http://www.medicinalegal.gov.co/documents/88730/4023454/genero.pdf/8b306a85-352b-4efa-bbd6-ba5ffde384b9

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