sábado, 6 de agosto de 2011

“La última noche de Carlos”

Son las 8:51 de la noche de un sábado de luna llena. No hace frío ni calor. No hay una sola nube en el cielo. Las calles principales del barrio El Poblado, en el populoso sector del Distrito de Aguablanca, al Oriente de la Capital del Valle, son un hervidero.

Es fin de semana. Un día después de pago de quincena. La música hace de las suyas. Se escuchan todos los ritmos. El caos vehicular es incontrolable. Carros en contravía, exceso de velocidad y motos que rugen. Las voces de los transeúntes se entrelazan. Los jóvenes salen con su mejor pinta. El ambiente es de fiesta en El Poblado.

A varias cuadras de la vía principal y frente al supermercado “La berraquera del Poblado”, de una droguería que presta servicio 24 horas, un salón de billares, el restaurante “El buen sabor” y la quesera “Olímpica”, se encuentra ubicada, luego de un amplio anden adoquinado, la entrada a la sala de urgencias del Hospital conocido en el sector como “Carlos Muerto”. Se trata del centro asistencial “Carlos Holmes Trujillo” que desde el 28 de Mayo de 1990, cuando fue inaugurado por el Alcalde del que lleva su nombre, atiende a los cerca de 700 mil habitantes de la zona de influencia, que incluye el corregimiento de Navarro y las comunas 13, 14, 15 y 21 del Distrito de Aguablanca, en donde se presenta el mayor número de muertes violentas en Cali.

Las cifras así lo demuestran. Durante Enero-Junio del 2011 331 homicidios se presentaron en este sector de Cali en hechos aislados. Según cifras suministradas por la Policía Metropolitana, durante el primer semestre del presente año en el Distrito de Aguablanca 304 personas fueron asesinadas con arma de fuego, 24 con arma blanca, dos con armas contundentes (piedra) y una persona por arma cortante (pico de botella).

“Urgencias”
Bajo un aviso de fondo azul con letras grandes se lee: “Hospital Carlos Holmes Trujillo. Urgencias las 24 horas”, rodeado de ventas ambulantes y una larga fila de taxis, como si tratará de la entrada a un espectáculo musical, se encuentra una pequeña puerta que da acceso al servicio de urgencias y que hace parte de una estructura de láminas negras, que impide ver lo que pasa cuando ingresa una persona herida de muerte y a la vez genera un ambiente de penumbra.

Quien custodia la puerta de entrada de urgencias es un hombre afro descendiente, que ataviado de un tapabocas, guantes de látex en sus manos, un traje azul oscuro, un chaleco antibalas, un bastón y un radio de comunicación, hace parte de los tres vigilantes de una empresa de seguridad privada, que junto con tres policías, fuertemente armados y también con tapa bocas, desde las seis de la tarde hasta las seis de la mañana del otro día, se encargan de resguardar la sala de urgencias de este Hospital que cierra por un año sus puertas para ser remodelado.

“Lo que es viernes y sábado hay mucho voleo y más cuando es pago de quincena. Por ejemplo de nueve de la noche a cinco de la mañana entran unos diez heridos por bala y arma blanca. En su mayoría menores de edad. Los fines de semana siempre llegan heridos. A esto se suma que es continúo enfrentarse con sus parientes que nos amenazan de muerte si no los dejamos entrar con ellos. Aquí tratamos de manejarlo de la mejor manera, porque si nos vamos a igualar a las personas que llegan acaloradas, pues vamos a tener muchos disgustos”, asegura con solemnidad el vigilante que atiende sin armas la entrada a urgencias.

A espadas del vigilante, que no despega su mirada de la puerta, está un salón grande en donde un televisor de 21 pulgadas y un ventilador cerca de él, son los equipos que brindan “comodidad” y “entretenimiento” a los pacientes de la sala de urgencias del Hospital “Carlos Holmes Trujillo”, lugar donde han nacido cerca de 50 mil niños en sus 20 años de servicio.


Las sillas de aluminio ubicadas al lado y lado del salón están repletas.

Hombres, mujeres y niños se acomodan como pueden mientras esperan su turno. Muchos de ellos llevan horas esperando ser atendidos por los dos médicos y tres auxiliares de enfermería que están de turno el fin de semana.

En el medio de la sala, cerca al televisor que siempre permanece encendido, pero cuyas imágenes monótonas no generan ningún entretenimiento, se encuentra otra puerta de madera donde está ubicado el segundo guarda de seguridad privada, que controla la entrada al área de procedimiento de traumas, atendida por un médico y dos enfermeras. Además, de un consultorio donde una médica atiende a las personas con enfermedades naturales, calificadas como urgencias.

Al ingresar a la sala de traumas, veo ocho camillas muy cerca forradas en un plástico azul, camillas que buscan ser separadas por cortinas de lona del mismo color para fingir una intimidad que el espacio no permite. En una camilla se puede leer al frente “zona de reanimación”.

La sala de traumas es dominada por el olor a sangre, a solución salina e isodine, que se impregna en la nariz y en la garganta. Los quejidos que se escuchan en este lugar hacen que la piel se erice.

Frente a las camillas se halla una especie de mostrador en donde el médico y sus auxiliares atienden a los pacientes que llegan mal heridos. A sus espaldas, en un estante que cuenta con 24 gabinetes, se guardan agujas, algodones, hojas de bisturí, jeringas, dextrosa y equipos de sutura. A lado se halla una cartelera repleta de hojas en desorden, entre las cuales alcanzo a leer sobre cómo debe ser el manejo de insulina cristalina en pacientes diabéticos.

En esta sala, 25 minutos antes de mi llegada, ya habían ingresado tres jóvenes heridos con arma blanca y cuatro por arma de fuego, uno de los cuales fue remitido en estado de shock al Hospital Universitario del Valle, con dos heridas de arma de fuego en el cuello y el área precordial, debido a que el hospital no cuenta con los recursos humanos y médicos para atender este tipo de pacientes.

Permanecen en la sala de trauma un joven con una herida de bala en la pierna izquierda y otro menor, quien teniendo el brazo izquierdo enyesado por un disparo, recibió otro nuevo impacto en el mismo brazo cuando ingresaron un grupo de jóvenes pandilleros a la cancha del Barrio Alfonso Bonilla Aragón. “Tengo 15 años. Me pegaron un balazo. Se metieron en la cancha y ya”, me atinó a decir el joven herido en la camilla, a la espera de ser atendido.

“No pregunte…hágale”
Ya son las 9:10 de la noche del sábado. A esta hora ingresa a la sala de trauma caminando por sí solo, un joven de 19 años desangrándose por una herida con arma blanca en la muñeca derecha.

“Atiéndame, atiéndame. Hágale, hágale. No pregunte.”, gritaba desesperado el joven afro descendiente al médico que le preguntó que le había pasado, mientras el chico sangraba como si fuera una manguera abierta.

“Lo vamos a vendar para detener la hemorragia. Le vamos apretar durito. Uno entiende que esta herido, pero si usted se comporta y colabora va hacer más fácil la atención”, le dijo el médico de turno, Álvaro Enrique Mendoza, un cartagenero que lleva dos meses en el Hospital.

Mientras era curado el joven, iba revelando el ataque ocurrido en el barrio El Poblado, donde había sido “cascado” según él, por robarlo. En el momento que era atendido por una de las enfermeras auxiliares –muy joven por cierto- llegó un amigo a buscarlo, al cual le habló en tono desafiante y con rabia: “Vea. Venga le digo. A Bayron le voy a matar la mamá y al primo. Todos me dejaron morir. El me casco. Yo iba con mi mujer y él me ataco”. El amigo, al escuchar dicha advertencia, solo atino a decirle: “fresco”.

“Todos los días soy amenazado de muerte”
De contextura delgada, no muy alto, trigueño, con gafas y vistiendo un batola blanca, Álvaro Enrique Mendoza, el médico de turno de 32 años y encargado de urgencias en el Hospital “Carlos Holmes Trujillo”, asegura que es una experiencia buena, chévere y rica.

“Uno en esta área del Hospital debe tener mucha calma, mucha paciencia e ignorar más que todo. No se puede dejar llevar por esos estados agresivos y más en el sector en que estamos, es muy difícil. Todos los días soy amenazado de muerte. La gente llega muy asustada. Uno los atiende, le resuelve la situación, lo remite y finalmente la gente se va tranquila”, recalcó el galeno.

Para este joven médico, siempre que llega un herido de gravedad, a pesar de que la lucha con la muerte no da espera, se debe atender con calma y prudencia porque si se toma una decisión a la ligera se puede hacer un mal diagnóstico.

Este médico oriundo de una de las zonas más turísticas de Colombia, Cartagena, y que no deja de reírse cada vez que lo abordo, sostiene que no vale la pena amargarse la vida. “Usted tiene que disfrutarla al máximo. Vivir todos los días como si fuera el último. Es muy triste ver como todos los días hay múltiples heridos. Una intolerancia muy verraca. Una guerra de un centavo…impresionante. La gente no se concientiza de que en realidad la cuestión de buscar la plata no es robando y quitarle al otro, es estudiar. Si usted estudia y se prepara, puede desarrollar múltiples cosas para buscar su sustento, pero en este sector es muy difícil”, manifestó Ernesto.

Sin dudar, me explica que dichas oportunidades de progreso se alejan dado a que el nivel educativo en este sector del Oriente de Cali es muy bajo y aún persiste el analfabetismo, llevando a que los jóvenes busquen otras opciones de vida “Eso genera mucha violencia porque las personas no buscan el trabajo, buscan la aparente plata fácil. Que de fácil no tiene nada porque igual usted se expone a que te peguen un tiro, como paso estos días con un pelado (joven) que lo cogieron robando y lo apuñalearon. Entonces eso de fácil no tiene nada”.

“Es horrible”
Dos son las mujeres afro descendientes que vistiendo de blanco, con tapa bocas y guantes de látex y con un gorro que cubre parte de la cabeza, desde las nueve de la noche hasta las seis de la mañana, son las encargadas de mantener “entre comillas” la sala de urgencias presentable.

“Es duro. Lo que es viernes y sábado es horrible. Hoy está caliente esto. He visto sangre al piso. Me ha tocado trapear mucho. Después de las doce se comenzará a mover esto más. Muchos heridos, muchos jóvenes. Yo aquí soy nueva. Comencé ayer. Es bueno (se ríe), hay mucha función y se le pasa el tiempo ligerito”, asegura la joven mujer.
Por su parte su compañera, de mayor edad y quién lleva tres años trabajando en el Hospital, revela, mientras escurre un limpión manchado de sangre, que toda su vida ha limpiado camillas manchadas de rojo.

“Muchos heridos llegan a media noche. Ahora no es nada (son las 9:51 pm) más tardecito, después de las once de la noche esto se pone pero tenaz y llegan muy violentos. Llegan a agredir a los médicos muy groseramente. Todos son juventud. Esta perdida, perdida, perdida. Es que no se ve una persona adulta, todos son muchachos. Da tristeza. De 14, 16 años. No llega uno de 20 años. Todos heridos con arma blanca y tiros. He visto morir jóvenes. Vienen con dos, tres tiros y ya. Entra ya y muerto”, reveló sin tapujos y con la mirada perdida, la aseadora.

Para esta mujer, que en menos de una hora ya ha limpiado cuatro camillas con sangre, sostiene que la violencia entre los jóvenes la atribuye a la libertad que les han dado los padres.

“Pendiente del Nueve-Cero-Uno”
Ya son las 10:41 p.m. de la noche. No han ingresado más heridos. Hay una calma aparente.

A las afueras de la sala de urgencias, junto a los vendedores de tinto, frutas, agua fría, minutos a celular y en medio de las patrullas de la Policía, que vienen y van, me encontré con un hombre de más de 50 años, sentado al lado de la puerta de ingreso a urgencias, que está pendiente de los Nueve-Cero-Uno – clave utilizada por la Policía para referirse a un muerto- atento a ofrecer ataúdes y un sitio digno para el sepelio de las personas que fallezcan en urgencias.

“Yo trabajo para la Casa de Funeraria Victoria que queda a la vuelta del Hospital. Los fines de semana es donde se tiene más trabajo. Lo que es viernes, sábado, domingo y lunes. Aquí no hay consistencia, porque cuando menos piensa se desgrana esto aquí. Hay mucha competencia. Hay diferentes precios de ataúdes. De millón 200 en adelante. La diferencia es el cofre y el cementerio”. La mayoría son para jóvenes, asegura. “Pura juventud es la que más se muere”, sostiene.

“Quieren que los médicos sean dioses”
11:26 de la noche del sábado. Ingresa un hombre afro descendiente con un tiro en la pierna derecha.

En medio de la gente que se encuentra en la sala de urgencias esperando ser atendido, se encuentra Luis Alfredo Viafara Velasco, Representante de la Junta Administradora Local, JAL, de la Comuna 13, quién se encarga de que a la comunidad se le reciba con mucho cariño y que todo marche bien en el Hospital.

“Bastantes son los problemas que se presentan cuando llegan los heridos. Sobre todo son personas muy agresivas con los médicos, enfermeras y policías. Más que todo jóvenes de pandillas cuando tiene sus conflictos y llegan heridos acá, muchas veces con tres, cuatro tiros y así quieren que los médicos sean dioses, pero ellos hacen todo lo que pueden por salvarle la vida a la persona”, revela Alfredo.

Para este líder comunitario, que habla con cada uno de los pacientes que esperan su turno, la cantidad de jóvenes heridos que llegan al Centro Asistencial, se debe a la irresponsabilidad de los padres y que el Estado no les brinda oportunidades de empleo y educación, no solo a los de la Comuna, sino a todos los jóvenes del Distrito de Aguablanca.

“Las pandillas a veces se enfrentan por cosas insignificantes. Ya no pueden pasar los jóvenes ni para allá ni para acá. Ya no pueden pasar, por ejemplo de El Poblado a Robles, ni de Robles a Comuneros, ni de Comuneros a los Lagos, y la verdad es que no sabemos por qué esta juventud tiene esa mentalidad como tan pobre. No debería ser así. Aquí tenemos un promedio de cuatro jóvenes muertos diarios”.

“La Morgue vacía”
11:42 p.m. de la noche. Ingresa proveniente del sector de Puertas del Sol, un joven afro descendiente de 15 años con una herida de arma de fuego en el abdomen.

Mientras atienden al adolescente, junto con un Policía y gracias a las gestiones del líder comunitario, logré que me mostraran la Morgue. Para llegar a ella se tiene que recorrer un pasillo, en forma de S, para desembocar en un amplio patio por donde ingresan las ambulancias y donde se encuentra la Morgue del Hospital “Carlos Holmes Trujillo”. Esta es custodiada por el tercer guarda de seguridad privada.

Allí, en medio de un piso azul y un tarro de basura rojo, se encuentran tres planchones de aluminio vacíos. Pese a los heridos que han llegado en estado grave a la sala de urgencias del Hospital, hasta el momento no ha fallecido ninguno.

“Hijueputa, Salven a mi hermanito”
Una de la mañana del domingo. Llega un taxi con una mujer afro descendiente en estado de embarazo, quien es trasladada en camilla por uno de los policías. Otra llega en otro taxi y es ubicada en una camilla para ser atendida.

La calma que reina a esta hora de la madrugada hace que se sienta una atmosfera de tranquilidad poco común en los pasillos del hospital.

Ya a la 1 y 18 minutos de la mañana, se oye a lo lejos el sonido de la sirena de una patrulla de la Policía. A medida que se acerca el vehículo el sonido es más fuerte. El vigilante se alista para abrir la puerta una vez llegue a la reja. El momento esperado llega. Todo mundo está a la expectativa cómo si lo que fuera a suceder estuviera escrito y advertido.

De la parte trasera de la patrulla de la Policía, salen raudamente y de manera desesperada tres jóvenes llevando el cuerpo de un joven sin camisa y su cuerpo ensangrentado.

El vigilante sin pensarlo dos veces, abre la reja y los deja seguir. Gritando palabras soeces ingresan con el cuerpo del joven mal herido a la sala, bajo la mirada atónita de los pacientes que llevan horas esperando ser atendidos.

Una vez adentro llevan al joven herido a la sala de trauma y lo ubican en una de las camillas de sábanas azules que han dejado de serlo, uno de ellos pide frente al médico de turno y los policías que lo seguían, que le salven la vida a su hermanito.
Los policías como grandes esfuerzos retiran de la sala al mucho para que el médico hagan su trabajo junto con sus auxiliares, pero no logran acallar al chico que no se cansa de gritar: “Hijueputa, hijueputa. Salven a mi hermanito. Hijueputa. Hijueputa”.

Una vez afuera el hermano iracundo por lo que le sucedió a su hermano menor, golpea fuertemente la puerta de un dispensario, dejando un hueco, así como la marca en la pared de su mano ensangrentada.

“El joven de 15 años fue gravemente herido en Marroquín Dos. Llegó en regulares condiciones. Las heridas son considerables. Tiene seis. Una en cara, tórax en el lado derecho, otra en abdomen, una en brazo izquierdo, otra en brazo derecho y otra en el muslo derecho”, dijo el médico. Una vez pudo darle los primeros auxilios, de inmediato solicitó su traslado al Hospital Universitario del Valle, el mayor Centro Asistencial del Sur Occidente de Colombia.

“El trajín hospitalario”
Siendo las 2:02 minutos de la mañana del domingo, ingresa una paciente a la sala de urgencias con dolor abdominal.

2:26 minutos. Se estacionan dos patrullas de la Policía a las fueras de urgencias. Una de ellas llega con un afro descendiente herido en el rostro al caerse de una motocicleta.

3:00 de la mañana. Una joven pareja se enfrentan al guarda de seguridad y a la Policía, porque después de tres horas no atienden a su pequeño hijo.

Ya a esta hora de la madrugada, la Droguería que decía “Servicio 24 Horas”, está cerrada. Los vendedores ambulantes se han reducido. Un taxista al otro lado de la vía le avisa a una de las patrullas que está a las afueras de urgencias que hay una pelea a cuchillo a pocas cuadras.

Entre las 3:21 y 3:29 de la madrugada del domingo, ingresan dos heridos por accidente de motocicleta.

3:49 minutos de la mañana. Entra un joven de 19 años procedente del sector de Manuela Beltrán herido en la mano derecha con arma blanca luego de pelear por la “cucha” (mamá) porque según el adolescente se metieron con ella. El médico califica la herida como menor.

Ya son las 4:47 minutos de la mañana. Ingresa un mesero de 39 años herido con arma blanca en seis partes de su cuerpo.

Los familiares que lo ingresaron a la sala de urgencias no quieren abandonar el área. El paciente se queja y alega con el médico. Pese a su estado, no se deja tomar exámenes.

“Este último caso es de un paciente con múltiples heridas con arma blanca, aparentemente de ninguna gravedad, pero debe ser remitido a su EPS porque tiene un régimen contributivo”, reveló el médico del área de urgencias.

Paralelo a este paciente ingreso un habitante de la calle herido con arma blanca, luego de ser sorprendido robando contadores (instrumento para determinar el consumo de agua y luz), luego una mujer de 21 años con sobredosis de cocaína. Su esposo le dice a la Policía que estaban consumiendo “perico” en la casa, junto con otra mujer y de un momento a otro convulsiono.

Ya se acercan las 6 de la mañana del domingo. El balance a esta hora es de doce (12) personas heridas entre las 6 de la tarde del sábado y las 5:36 minutos del domingo atendidas en el área de trauma en la sala de urgencias del Hospital “Carlos Holmes Trujillo”. Por fortuna no hubo personas fallecidas.

Seis en punto de la mañana. Cumplí nueve horas al interior del área de urgencias del Hospital “Carlos Holmes Trujillo”. Los tres vigilantes, como los tres policías, junto al personal médico y las dos aseadoras, terminan el agitado turno. Para todo ellos, fue una jornada normal, a pesar de los heridos y la sangre que se derramó. El pan de cada día en este sector de la Capital del Valle.

Este, igualmente fue el último turno de la sala de urgencias, pues pasará un año para que se reanuden las labores. Ahora, el drama se vivirá en otro Hospital, que lleva el nombre del que fue el Arzobispo de Cali, asesinado cuando salía de una homilía: “Isaías Duarte Cancino”, ubicado también en el Distrito de Aguablanca.